Sobre la esfera inmensa de un reloj antiguo, una niña de mirada serena y gesto decidido extiende su mano hacia el cielo. En vuelo majestuoso, un águila desciende, respondiendo al llamado silencioso de su alma. Todo ocurre en un paisaje árido, donde un árbol es apenas sostenido por sus ramas, parece también observar la escena con la sabiduría del paso del tiempo.
Esta obra, realizada con exquisita sensibilidad, es mucho más que una imagen: es un símbolo de fortaleza, de sueños que trascienden cualquier obstáculo y del tiempo que no apaga la esperanza. La niña, como figura central, representa la pureza de la voluntad, el coraje de creer, y el poder de invocar lo sublime incluso desde el suelo más árido.
Cada trazo cuenta una historia de conexión con lo salvaje, de armonía entre la inocencia y la libertad. El águila no llega por azar: llega porque ha sido llamada desde lo más profundo del corazón.